ECOS EN LA TORMENTA
por José Miguel Sandoval B.
Sofocada por intenso calor y la densa humedad, miraba en el horizonte acumularse las nubes de tormentas, sin saber que le era más molesto: los incansables mosquitos que la acosaban, las seis incómodas horas que estuvo sentada en la canoa o la incertidumbre de ignorar si la lluvia se desataría antes de que pudiera llegar a su destino.
De rato en rato le preguntaba al guía si aún faltaba mucho; sin embargo, hacía un tiempo que este había dejado de responderle, pretendiendo que el sonido del motor fuera de borda no lo dejaba oírla.
Fue un interminable viaje en bote a través de la selva virgen, curva tras curva, el sinuoso siseo de la corriente la llevaba a internarse más y más en lo desconocido, mientras las nubes borrascosas parecían moverse caprichosas, a veces muy cerca y otras veces más lejos, por momentos estaban al frente y en otros a las espaldas, dependiendo de las arbitrarias ondulaciones del río con sus continuas curvas.
“Espero que este viaje valga la pena y me asegure una promoción en el Banco”, pensó en voz alta. Luego miró su teléfono celular y se dio cuenta de que no había señal, dejándole una ingrata sensación de lejanía con todo lo que ella conocía.
Cuando dejó de tener alguna esperanza de que ese interminable viaje terminara, el motorista bajó la velocidad del bote y señalando al final del remanso le dijo: “mire señora, ya llegamos”.
Ella levantó la mirada entusiasta y vio que detrás de la selva empezaba a emerger una colina coronada con una hermosa casona colonial, sus amplias galerías con horcones de madera tallada soportaban el techado y sus imponentes ventanales decorando sus muros ya desgastados por el tiempo.
Al encallar el bote en el playón al pie de la colina el guía le indicó: “ahí tiene el sendero, señora”, mientras el apuntaba a un pequeño caminito que apenas se podía divisar en medio de la maleza.
Ella sin prestarle mucha atención se bajó de un salto del tan insufrible esquife, desesperada por ponerse de pie, mover sus entumecidas piernas y estirar su adolorida espalda; soltó un fuerte suspiro y exclamó: “Al fin…”, luego se dio vuelta para pedirle al guía que la ayudara con su equipaje, pero él ya lo había bajado de la embarcación y se dispuso a ponerse nuevamente a flote.
“¿Acaso no piensa ayudarme a subir eso hasta la casona?”, le preguntó al hombre, con tono de indignación.
“¡No señora!”, respondió el guía, “¡si no vuelvo al puerto antes del anochecer tendré problemas, le sugiero que llegue a la casona antes de que caiga la noche…!”, le gritó mientras la embarcación desaparecía detrás de la arboleda y el sonido del motor se perdía en la lejanía.
Fue entonces que ella experimentó una estremecedora sensación de abandono, cuando se descubrió completamente sola en medio de la nada, con una enorme colina aún por subir y ya la luz del día que iba apagándose.
Presurosa, tomó su maletín de documentos y su maleta de viaje y empezó a seguir el sendero colina arriba con toda la prisa que pudo ponerle.
Después de un par de horas de caminata, llegó al pórtico de la mansión en la cima de la colina, se detuvo por un momento para mirar como el sol se ponía en el horizonte, escondiéndose detrás de ese océano verde que era la selva.
“Hoy valieron la pena todas las horas de spinning que invertí en el gimnasio”, se dijo sintiéndose satisfecha.
Sin darse cuenta el día se había ido y la penumbra empezó a acentuarse en el cielo, dándole paso a la noche; entonces sintió como una silenciosa presencia la tocaba con su fría mano, atravesando su espalda para arañar su corazón; sacándola de un susto de su abstracción y pensamientos, ella se dio vuelta alerta pero no había nadie.
Entonces las luces de la casona empezaron a encenderse, pudiéndose ver su brillo a través de los ventanales, por lo que ella aceleró su paso para llegar antes de que se hiciera más oscuro.
Golpeó el portón con fuerza pidiendo que le abran; fue abierto lenta y rechinantemente por una jovencita de parecía de apenas unos 17 años.
“Buenas noches, Licenciada Uranga, la estábamos esperando”, dijo la jovencita con una discreta sonrisa.
“Buenas noches”, respondió con algo de frialdad la Licenciada, luego preguntó con la misma altanería: “¿Está Remedios Valle?”.
“No, mi abuela murió hace unas semanas, ahora yo estoy a cargo de la casona de la Familia Santos”, respondió la jovencita.
“Del Banco, querrás decir”, dijo la licenciada interrumpiéndola mientras entra en la casa.
“¿Llegó el Ingeniero Salvador?”, volvió a preguntar irritante la mujer a la jovencita.
La jovencita agachó la cabeza y respondió tímidamente: “Sí, llegó ahora en la mañana. Estuvo todo el día haciendo mediciones, en este momento debe estar en su cuarto alistándose para la cena. ¿Quiere que la lleve a su habitación para que se acomode un poco?”.
“Ok, me parece bien”, dijo la Licenciada más relajada.
La Jovencita, encendió una lámpara de kerosene y empezó a guiarla por los pasillos y escalinatas hasta el segundo piso, indicándole los detalles de la casona y así también donde quedaban los servicios higiénicos.
Cuando pasaron frente a la habitación del Ingeniero Salvador, este abrió sorpresivamente su puerta como tratando se saltar juguetón sobre la jovencita, “¡Alicia!”, exclamó; pero cuando vio que no estaba sola se compuso y toma una actitud sobre dignificada, puso en su rostro una sonrisa arrogante y saludó con una formalidad fingida: “Hola Dolly, finalmente llegó. Ya estaba empezando a preocuparme por usted”.
Ella lo miró con desdén y con antipatía le respondió: “Francis, es bueno ver que al menos tienes puesto los pantalones, mas no así la camisa”.
Alicia soltó una carcajada, mientras siguió caminando unos metros más hasta que llegó a la puerta de la habitación que había preparado para la Licenciada Dolly Uranga.
“La cena estará servida en una hora en el comedor principal, en el chifonier y el ropero encontrará todo lo que necesita”, dijo Alicia con algo de solemnidad, retirándose luego en silencio.
Entonces Francis miró a Dolly a través del pasillo y con tono fanfarrón le dijo en voz alta: “No te preocupes muñeca, yo te escoltaré para que no te pierdas”.
A lo que Dolly con el rostro colorado y algo de indignación cerró la puerta de un solo golpe.
Pero como lo había prometido una hora exacta después, estaba Francis todo galante tocando la puerta de Dolly y ella salió encantadora, radiante y seductora.
“Debes recordar que aquí solo estamos por trabajo”, dijo ella provocativamente.
A lo que él respondió pícaro: “Entendido licenciada, se puede mirar, pero no tocar” y volvió a dejar salir esa sonrisa de vendedor de autos usados.
Por supuesto que Dolly, no le devolvió más que una mirada sobria, por lo que Francis sintiéndose un poco tonto y fuera de lugar, cambió su conversación a un tono serio: “Esta propiedad es el mayor de los premios, por supuesto la casona solo sirve para demolerla, pero con esta parcela de tierra se completaría la propiedad de la Familia Santos y se tendría acceso a las minas de oro al norte, sin contar que el resto de la propiedad puede ser usada para el cultivo masivo una vez sea desforestada…”, haciendo una breve pausa para que el entusiasmo no le baje su perfil de Don Juan, continuó: “… justo antes de venir he recibido varias ofertas millonarias para dirigir su adjudicación…”, luego miró a Dolly con algo de malicia y siguió hablando: “… el Banco hizo un gran negocio al desconocer la cláusula de que ante la falta de herederos todo esto se convirtiera en una reserva natural protegida…”, entonces cuando llegaron al gran comedor ayudó a Dolly a sentarse en la cabecera de la mesa y mientras acercaba la silla, le susurró al oído: “… y sabemos muy bien de quién fue la genial idea, ¿verdad?”. Luego se fue caminando hasta la otra cabecera de la mesa, levantando su copa de vino propuso un brindis por “la belleza de los buenos negocios” y desde el otro lado de la mesa Dolly respondió el brindis levantando su copa mientras sonreía satisfecha.
Durante la cena entre risas y carcajadas, Dolly volvió a sentir esa mano fría que acariciaba su rostro, al girar su rostro vio que colgada en la pared del comedor estaba el cuadro de los que alguna vez fueron la Familia Santos.
“Alicia, ¿qué pasó con ellos?”, preguntó intrigada Dolly.
“Realmente nadie está seguro, solo les podría decir lo que mi abuela me contó de lo que se acordaba cuando era niña”, contestó Alicia.
“Don Arquímedes Santos, era un hombre muy bueno y muy decido. Él se vino desde la Capital con su esposa doña Angelina Del Valle, en tiempos en que el caucho estaba en su apogeo. Con mucho esfuerzo lograron levantar esta propiedad, trayendo algo de civilización a estos lares.
Tenían tantos trabajadores que tuvieron que construir un pequeño pueblito a dos horas de bote desde aquí o a un día de caminata cruzando el pantano; tenían una escuela, una posta médica, una capilla y hasta un pequeño cine.
Ahí fue donde nació el pequeño Felipe, hijo de don Arquímedes y doña Angelina, ese niño era la luz de sus padres.
Don Arquímedes era muy respetado por todos y siempre trataba a todos sus peones con firmeza, pero nunca era injusto o abusivo.
Doña Angelina era muy hermosa y amable, ella se encargaba de que a cada familia les llegara suficiente comida cada semana y prendas nuevas para los cumpleaños.
Trágicamente cuando el jovencito Felipe ya tenía unos 12 años su madre enfermó y su padre aún no volvía de las plantaciones; una tormenta como la que se viene ahora se desató causando que los caminos sean imposibles y que el río se rebalsara por el turbión.
El chico preocupado por la vida de su madre, decidió salir a buscar al médico del pobladito cruzando el pantano, nunca más se lo volvió a ver con vida.
Cuando Don Arquímedes llegó se encontró con que su amada Angelina, había muerto por la fiebre y su hijo no aparecía por ningún lado; desesperado se internó con un grupo de trabajadores al pantano.
Salieron después de cinco días de búsqueda, solo con las osamentas del pobre muchacho.
Las fieras o los aborígenes se lo habían comido; nunca estuvo eso del todo claro.
Lo que sí estuvo muy claro, es lo que hizo Don Arquímedes; no se puede negar que la muerte de las personas que más amaste en el mundo puede cambiar a un hombre hasta sus entrañas.
Ordenó incendiar todo el pantano, con todos los indígenas, animales y plantas que ahí vivían; pero el fuego se salió de control y terminó incendiando esta casona con él adentro.
Extrañamente nunca se encontraron sus restos, las viejas solían decir que se había ido para nunca más volver”.
“Eso no tiene sentido”, interrumpió Dolly, “si lo que dices es verdad, no debería existir esta casa en la que estamos ahora”.
Entonces Alicia ya algo cansada de la impertinencia de Dolly, le contestó: “Lo que sucede licenciada es que esta casa está reconstruida”, respirando un poco para calmarse y le explicó: “Fue el doctor Estanislao Cipriano, quien era el mejor amigo de don Arquímedes y además su notario, en apego a una promesa que le hizo a su finado compañero, reconstruyó la mansión.
Lo único que realmente, sigue siendo parte original es el sótano, que debido a que fue hecho con una base de piedras y argamasa no fue afectada por el fuego.
Mi abuela solía asustarme de pequeña, diciéndome que don Arquímedes había enterrado los huesos de doña Angelina y el niño Felipe en el subsuelo”.
Dolly y Francis desconcertados guardaron silencio, por lo que Dolly para evitar la incomodidad dijo: “está bien, lo que digas, ahora puedes retirarte ya mañana recogerás el servicio”.
“Gracias licenciada, si alguno de ustedes me necesita mi cuarto está al final del pasillo, frente a la puerta del sótano”, contestó Alicia para luego empezar a irse.
“¡Espera un momento!”, exclamó Francis.
“¿Necesita algo más ingeniero?”, preguntó Alicia.
“Tengo una duda”, respondió Francis, para a su vez preguntar: “¿Era la señora Remedios, familiar de la señora Angelina Del Valle?”.
Entonces Alicia le explicó: “Lo que pasa es que la costumbre era que a todos los hijos de los peones que nacían en la propiedad se les ponía como apellido: Valle.
Mi abuela me decía que, a pesar de no estar relacionados por la sangre eran como una gran familia.
Por eso a doña Angelina le decían: Mamá Grande y a don Arquímedes: Otro Papá”.
“Todo esto me parecen pamplinas”, murmulló Francis.
“¿En serio?”, preguntó extrañada Alicia, “pareciera que ahora la gente se ha olvidado, que todos nuestros actos en la vida dejan ecos que resuenan en el infinito; si nuestras obras son buenas, estas resonarán como música armoniosa; pero, sí en cambio llenamos nuestras vidas con actos malvados y perversos, entonces traeremos a nuestras vidas la oscuridad… Bueno, a veces hay puertas que son mejor no abrir”, sentenció sombría, retirándose del comedor en silencio.
Una vez solos, Dolly le habló con ironía a Francis: “seguro que debes estar pensando ir a tocarle la puerta a mitad esta noche, ¿verdad?”
Francis sonrió y le contestó de igual manera: “querida mía, los celos no van con el color de tus ojos; pero si lo deseas tanto, la puerta que tocaré más tarde podría ser la tuya”.
Dolly le respondió molesta: “¡Cállate tarado!, no tengo por qué sentir inseguridad de una simplona y vámonos de una vez, no me gusta cómo me mira este cuadro”.
Mientras iban subiendo las escaleras guiados por la tenue luz de una lámpara de aceite, la tormenta empezó a recrudecer relampagueando con frenetismo, generando sombras y formas en medio de la oscuridad; los vientos trajeron silbidos y murmullos como si fueran los himnos del más allá.
Francis estaba un poco apocado, pero como tenía que mantener su imagen de macho prefirió guardarse sus inquietudes; sin embargo, Dolly no pudo contenerse y le confesó: “Desde que llegué aquí no puedo dejar de sentir que alguien me observa y eso me provoca escalofríos”.
Francis, respondiendo a su instinto, la miró y le dijo: “ya que insistes tanto, te haré el favor de quedarme contigo esta noche”.
Dolly lo interrumpió casi instintivamente diciendo: “¡Eres un imbécil!”, y trató de cerrar la puerta con fuerza en la cara del cretino, pero Francis la detuvo y la encaró: “no te hagas, sabemos que la última vez te gustó y mucho”. Luego él cerró la puerta y se fue riéndose a carcajadas hasta su habitación.
Ella completamente furiosa en su recámara, se prometió que lo haría despedir del Banco inmediatamente volviera a la Capital; pero al poco tiempo se vio nuevamente sola en medio de la penumbra de la oscuridad de su habitación.
Sin saber si era su imaginación o productos de los relámpagos tuvo la impresión que las paredes se acercaban y alejaban, como si fuera el tórax de una persona respirando pesadamente; el aire se volvía a poner sofocante, hasta el peso de su bata de dormir la agobiada.
Nuevamente se sintió vulnerable y pensó que debió ser menos orgullosa dejando que el sujeto del cuarto contiguo la acompañara. Entonces decidió ir a tocarle la puerta para invitarlo a pasar la noche juntos, pero cuando salió por el pasillo vio por la baranda de la escalinata que la lámpara de la cocina está encendida y se escuchaba vajillas rompiéndose.
Decidió bajar a ver lo que pasaba y al llegar encontró a Francis de espaldas, gesticulando y rumiando palabras ininteligibles, mientras tiraba los platos y vasos al piso. No pudiendo evitar sentirse con aires de superioridad le dijo: “No necesitas hacer un berrinche de niño malcriado cada vez que no salen las cosas como quieres”, pero él no la escuchaba y siguió rumiando cosas que no se entienden; entonces Dolly le insistió: “y pensar que estaba a punto de acostarme contigo”, mientras se acercaba para agarrarlo del hombro.
Entonces él se dio la vuelta, pero no era Francis, era alguien más.
La agarró y empujó con fuerza, gritándole: “¡Mira lo que hiciste, todo es tú culpa!”
Reconociéndolo le dijo: “Diego, ¿qué haces aquí? ¿cómo llegaste?”, pero él siguió atacándola mientras le grita: “¡Mira lo que hiciste, todo es tú culpa!”, ella mira sus manos llenas de sangre y al mirarse en su entrepierna vio que su pijama estaba toda manchada de rojo, mientras seguía sacudiéndola y gritándole: “¡Mira lo que hiciste, todo es tú culpa!”
Ella llena de desesperación cerró sus ojos y empezó a gritar llorando: “¡Diego, detente por favor, yo no quería que pasara esto!”.
Cuando abrió los ojos vio a Francis delante de ella pidiéndole que se calme; tendida en el piso contra la pared se dio cuenta que todo había sido producto de su imaginación.
“¿Qué pasó?”, le preguntó Francis, “realmente me asustaste mucho”, continuó, “salí del baño y te vi yendo a la cocina y de repente empezaste a gritar; cuando llegué estabas en el piso como si tuvieras un ataque de epilepsia”.
“No pasa nada”, dijo Dolly mientras trataba de incorpora y servirse un vaso de agua, “debe ser el calor, la humedad, la tormenta, todo este infernal viaje y la presión del trabajo…”.
Justo en ese momento Francis la interrumpió: “¿qué es eso?, se escuchan unos sollozos desde la sala”.
“¿Estás seguro?”, preguntó Dolly, pero Francis salió seguro de lo que había escuchado, así que Dolly lo siguió mientras iban caminando sigilosos hacia el salón, donde encontraron a Alicia en cuclillas llorando en un rincón.
Dolly algo suspicaz no quiso acercarse, en cambio Francis apoyó la lámpara sobre una mesa, para luego con pasos medidos y cuidadosos irse aproximando a la jovencita. “Alicia, ¿estás bien?”, preguntó con suavidad, pero no hubo respuesta. Alicia seguía sollozando, entonces Francis insistió tratando de tocarle el hombro mientras le volvía a hacer la misma pregunta.
Entonces Alicia, sin mirarlo le respondió con suavidad: “¡Mira lo que hiciste, todo es tú culpa!”
“¿De qué estás hablando?” preguntó Francis.
“De esto”, contestó Alicia, mientras le mostraba los cortes de sus muñecas. Entonces se dio la vuelta con gran velocidad, pero ya no era Alicia, era alguien más.
Se abalanzó con fiereza sobre Francis, tirándolo en el piso mientras le reclamaba: “¡Mira lo que hiciste, todo es tú culpa!”.
Francis trató de cubrirse la cara mientras le rogaba: “¡Amor, por favor perdóname! ¡Te juro que no sabía que lo que iba a pasar! ¡Mary, detente!”.
Luego todo se detuvo, Francis apartó lentamente sus brazos de su rostro y solo pudo ver a Dolly parada a su lado completamente pálida y temblorosa. Claramente nervioso le preguntó a su a Dolly que había pasado.
Dolly todavía un conmocionada le contó que él sin decir nada tomó la lámpara de aceite de la cocina y empezó a caminar como si estuviera hipnotizado; ella lo siguió hasta que llegaron al salón donde él empezó a actuar raro hablándole al vacío, hasta que de repente se lanzó al piso y empezó a pedir a gritos que lo perdonen.
Él se sentó en uno de los sillones, aún muy perturbado e incrédulo, “esto no está bien”, dijo en voz baja; luego la miró a Dolly le contó que hace algunos años tenía una novia, estuvieron juntos desde el colegio y toda la universidad; ella había dejado de estudiar para trabajar y así él pudiera concentrarse en terminar sus estudios más rápido, para que cuando él tuviera un buen trabajando ella pudiera continuar sus estudios desde donde los dejó.
Pero, como todo alumno sobresaliente, una vez salió profesional lo contrataron en el Banco; siendo un ejecutivo joven y exitoso, las mujeres se le hicieron una cosa muy fácil y adictiva.
Finalmente vio que seguir con Mary solo lo retenía y decidió dejarla. Ella lo tomó muy mal y al cabo de una fuerte depresión se suicidó.
“Nunca tendré la oportunidad de pedirle perdón”, dijo sollozante mientras giraba su rostro en otra dirección para que no lo viera llorar.
Dolly completamente impactada por esa confesión tan íntima, empezó también a sincerarse contándole a Francis que ella estuvo una vez casada, su esposo siempre quiso tener hijos, pero ella no quería porque estaba ascendiendo muy rápido en el Banco y no quería que nada que la frenara, así que se fueron distanciando poco a poco; mientras más exitosa era ella más desconocido le parecía su marido.
Un día después de unos tragos quedó embarazada de un cliente, con el que había salido a festejar el cierre de un contrato estratégico.
Eso destruyó a su relación; ella pudo ver a través de los ojos de su pareja cómo se le rompía el corazón y su sufrimiento no le importó para nada en ese momento; ella se sentía realizada por que había conseguido un contrato millonario para el Banco que a su vez le aseguraba el cargo y posición que tenía ahora.
Aun así, él aceptó al niño que iba a tener y le dijo que lo criaría como si fuera propio; pero ella no podía detenerse, no quería detenerse, quería más; llegó a la conclusión que, si tenía que tener sexo para cerrar contratos lo haría sin aspavientos, por lo que seguir casada y embarazada era un inconveniente. Entonces decidió abortar y divorciarse.
Entonces empezaron a caer lágrimas por el rostro de Dolly y termina diciendo que la última vez que habló con Diego estaban discutiendo por teléfono mientras él estaba manejando en la carretera, cuando de pronto un camión frenó de golpe y él no llegó a hacerlo.
“¡He logrado tanto y no tengo nadie con quién compartirlo!”, exclamó Dolly en llantos.
Ambos se quedaron mirándose en medio de la penumbra, viéndose apenas los rostros entre las luces de los relámpagos y la cada vez más tímida flama de la lámpara de kerosene, mientras los fantasmas de sus culpas los torturaban inmisericordes.
Al cabo de un rato, Francis se levantó repentinamente y exclamó: “¡Que tontos somos! ¡Es muy claro! ¿Cómo no me di cuenta?”.
“¿A qué te refieres?” preguntó extrañada Dolly.
“Todo esto es obra de Alicia. Nos puso algún tipo de droga alucinógena en la comida. Ella sabe mucho sobre la historia de la hacienda y debe conocer la cláusula de herederos y por lo que quiere evitar que hagamos la valoración para así poder quedarse con todo”, concluyó exaltado Francis.
Dolly se paró también de su sillón arrebatada: “¡Ya sabía yo que esa mosquita muerta e impertinente se traía algo entre manos!”.
Ambos salieron del salón en dirección al fondo del pasillo, donde Francis golpeó la puerta del cuarto de Alicia increpándola: “¡Alicia abre la puerta, ya lo sabemos todo! ¡Abre ahora!”.
Inmediatamente se escucharon los gritos de Alicia desde entro de la habitación: “¡Auxilio! ¡Alguien ayúdeme! ¡Auxilio…!”.
Francis al oírla, apartó a Dolly y empezó a patear la puerta con todas sus fuerzas tratando de romper la cerradura, mientras los alaridos de Alicia se escuchaban cada vez más desesperados. Incluso Dolly estaba agobiada tratando de la abrir la puerta.
Cuando finalmente se abrió la puerta entraron los dos de golpe, pero no había nada más que la penumbra, interrumpida solamente por los aleatorios relámpagos de la tormenta.
“¿Pero qué demonios pasa aquí?” vociferó Francis.
Entonces volvieron a escuchar los pedidos de socorro de Alicia, pero esta vez venían desde atrás de la puerta que llevaba al sótano.
Ambos abrieron la puerta y empezaron a bajar lentamente por los rechinantes escalones de madera; a mitad de camino la lámpara de aceite se quedó sin combustible dejándolos en la más infernal oscuridad.
Temblorosos siguieron bajando guiándose por el llanto de Alicia, los cuales que cada vez parecían más apagados.
Finalmente llegaron a un salón frío y húmedo, en el cual había un brillo verdoso y espectral al fondo del mismo.
Francis y Dolly se acercaron tambaleantes y estupefactos, para encontrar que la luz provenía de unas velas colocadas en los vértices y ángulos de un pentagrama dibujado en el suelo.
Junto a ese altar satánico, se encontraba a Alicia encogida y temblorosa en un rincón.
“Alicia… Alicia ¿qué sucedes aquí?”, preguntó susurrante Dolly.
La jovencita los miró con los ojos vidriosos y el rosto pálido y les dijo: “No debieron venir, él está cerca”.
“¿Quién está cerca?”, preguntó Francis.
Súbitamente sintieron un estremecedor escalofrío recorriendo sus columnas y como si una mano helada les acariciara sus espaldas para luego oprimir sus corazones, entonces escucharon detrás de ellos una voz del inframundo que decía: “¡Ayúdenme!”.
Ambos se dieron vuelta enseguida tratando de ver lo que el velo de las tinieblas no les permitía.
Luego volvieron a escuchar a su derecha y más cerca: “¡Ayuda!”; nuevamente giraron en esa dirección tratando de penetrar con sus vistas la oscuridad, mientras tanto se escuchaba una maligna carcajada haciendo ecos entre lo invisible. Ellos retrocedieron lentamente agarrados de las manos.
Alicia empezó a gritar frenética y aterrorizada: “¡Está aquí! ¡Otro Papá está aquí! ¡Él nunca había ido!”
Finalmente, el espectro estuvo tan cerca que pudieron oler el aroma de la muerte, de pronto una sonrisa macabra salió de entre las sombras atrás de ellos, y les susurró a sus oídos: “Ustedes tampoco se irán de aquí”.
Francis no resistió más y tomando de una mano de cada una de las dos mujeres, empezó a correr buscando la salida en medio de la oscuridad; pero una fuerza sobre humana agarró a la jovencita y empezó a arrastrarla hacia el pentagrama.
Dolly y Francis trataron inútilmente de retener a Alicia, agarrándola de las manos, mientras ella imploraba que no la soltaran. Pero una onda de choque invisible los golpeó e hizo que ambos caigan al piso y la suelten.
Impotentes miraban como la jovencita era arrastrada al medio del altar maligno, levitándola mientras ella se retorcía de dolor, sus articulaciones empezaron a contractarse, mientras que ella con un rostro agónico los miró y les dijo llorosa: “me… me duele”; sus ojos empezaron a soltar de lágrimas de sangre.
Tanto Dolly como Francis no podían moverse de la horrorosa visión que presenciaban, entonces una de las flamas de las velas en el piso empezó a quemar la ropa de cama de Alicia; la que velozmente se incineró haciendo que la piel de la jovencita se desprendiera.
Pocos segundos antes de morir, Alicia soltó un estruendoso chillido y su cadáver cayó al piso aún envuelto en flamas verde azuladas.
Entonces ambos pueden ver un rostro inhumano emerger de las sombras, seguido de un cuerpo descarnado. Esta criatura empezó a alimentarse de los desgarrados despojos.
A Dolly se le escapó un gemido de horror, provocando que la abominación se diera cuenta de que ellos estaban ahí; entonces empezó a avanzar retorcidamente hacia ellos al mismo tiempo que soltaba un bramido demoniaco.
Los instintos de Francis nuevamente hicieron que reaccionara y tomando de la mano a Dolly empezaron a escapar.
Al encontrar la escalinata la subieron con desesperación, mientras sentía el aliento de la bestia siguiéndolos cada vez más cerca.
Una vez en el pasillo Dolly cerró la puerta del sótano, con la esperanza que esta pudiera detener al demonio, pero solo lo retrasó unos pocos segundos; ellos siguieron corriendo tratando de alcanzar la puerta principal, la que se cerró delante de ellos como por obra de una mano invisible.
Mientras forcejeaban con el picaporte, vuelven a sentir el escalofrío en sus nucas, al volcar sus miradas vieron que la criatura había logrado salir al pasillo y desde el fondo de este les gruñía con sus ojos terribles ojos encendidos.
Dolly le dijo a Francis: “¡Rápido subamos!”.
Ambos corrieron por la escalinata al segundo piso mientras los acechaba el horror; sabiendo que estaban acorralados empezó a avanzar lentamente, como una fiera apunto de caza a su presa.
Ninguna de las puertas abría, excepto la del cuarto de Dolly y ambos entraron justo cuando se les abalanzaba, cerrando la puerta en el último instante.
Francis rápidamente empujó la cómoda para obstruir el paso. “No resistirá mucho”, dice con preocupación mientras escuchaba como desde el otro lado la bestia astillaba la madera con sus garras.
La tormenta arreciaba y en cada relámpago se podían ver los ojos del espectro detrás de las rendijas de la astillada puerta.
“Está a punto de entrar”, dijo Dolly, “no hay más salida”.
Francis tomó una silla y rompió la ventana de la habitación, luego de un salto subió al tejado de la galería que había debajo de esta; “vamos, toma mi mano”, le grita a Dolly, mientras ella aún estaba dubitativa.
Ya la abominación había cruzado con la mitad de su cuerpo por la puerta; por lo que Dolly no titubeó más y tomando la mano de Francis saltaron juntos desde el tejado, justo en el instante que la garra despiadada del demonio rasgaba su camisón.
Ambos siguieron corriendo hasta internarse en medio de la maleza con dirección al pantano.
Desde la ventana de la habitación el abominable demonio los observaba alejarse, cuando la voz de Alicia le preguntó: “¿Será que estarán bien?”, volcó la mirada a su izquierda y vio junto a sí el cadáver calcinado de la jovencita; inmutable volvió a levantar su vista hacia la arboleda y respondió con una voz suave y natural: “Yo creo que sí, mientras mantenga esa dirección llegarán al poblado mañana al final de la tarde”, luego, con una sonrisa juguetona continuó diciendo: “por supuesto, siempre y cuando no se los devoren primero las fieras salvajes”.
Inmediatamente la interrumpió la voz de un jovencito: “¡Basta mamá!, ya le prometí que no volvería a irme solo”, la bestia infernal giró su rostro nuevamente a la izquierda y parado junto a ella vio al niño Felipe Santos.
La criatura tomó también su forma humana como doña Angelina y le dice: “muy bien jovencito, es hora de descansar”.
“Sí mamita, que usted también descanse”, respondió Felipe.
Cuando estaba por retirarse llegó al umbral del cuarto, acarició el marco de madera de la puerta diciendo: “Gracias por todo papito”, desvaneciéndose luego de eso.
Luego Angelina habló con dulzura y añoranza en el timbre de su voz: “¿No te parece que es un muchacho maravilloso? Algún día será un gran hombre como su padre, ¿verdad?”.
Con paso coqueto avanzó en dirección a una de las paredes de la habitación y acariciándola dijo: “Cariño, disculpa por las cosas que rompí”.
La pared retumbó como si un corazón latiera dentro de ella.
Angelina se fue retirando hacia la puerta de la recámara y antes de cruzarla, miró de reojo a la misma pared diciendo: “Si terminas rápido, sabes que tú mujer estará esperándote, mi amado Arquímedes” y le mandó un beso mientras desaparecía.
La casona empezó a reconstruirse por sí sola, como si nada hubiera perturbado su infinita quietud.
Y ahí sigue, inmutable en la cima de la colina, entre la selva pantanosa y las tormentas, en un lugar al que solo te puede llevar el interminable río y de donde nadie ha vuelto jamás.
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