FELICE
por Víctor H. Ventura
Cuando vivía en Milán trabajaba con un italiano que se llamaba Felice que en español significa: feliz.
Felice era albañil -como yo- tenía 39 años, estaba casado y no tenía hijos. Tenía un automóvil BMW y una motocicleta HARLEY DAVIDSON que solo utilizaba en el verano. Toda la ropa que vestía era firmada por grandes estilistas italianos, como extranjeros.
Yo me rompía la cabeza pensando como hacía él para llevar aquel estilo de vida.
Todos los lunes llegaba al trabajo y me contaba que el fin de semana había ido a una de las discotecas más lujosas de Milán y que había encontrado a varios personajes famosos; mostrándome las fotos que se había hecho con el teléfono celular al lado de ellos.
Yo reconocí a uno de los personajes que estaba con Felice en una de las fotografías, era un ex participante de la última edición del Grande Gratello (la versión italiana del Gran Hermano), me acuerdo de él por qué le preguntaron de donde eran originarios los elefantes y el muy tarado respondió: “del amazonas”. No es que a mi gustara mirar esa clase de programas, pero mis co-inquilinos lo miraban y como la televisión estaba en el salón y el grande fratello comenzaba justo a lahora que yo iniciaba a cenar, entonces no me quedaba de otra que verlo. También me viene a la mente otro participante de aquel programa, que dijo una frase que casi me hace atragantar. Puso cara de muy listo y pronuncio las siguientes palabras: “Yo
parezco estúpido, pero no soy inteligente”.
Seguramente quería decir que el parecía estúpido, pero que en realidad era inteligente; queriendo dar a entender que el fingía, lo que en realidad era. Y él era estúpido, pero con ganas. Como casi todos los que participan en esa clase programas.
Volviendo a Felice, una vez me llevo a cenar a su casa. Fue cuando conocí a su mujer… decir que era bellísima es poco. Poseía un rostro angelical, media más de un metro setenta, tenía un cuerpazo: con unas piernas largas que comenzaban en la tierra y terminaban en el paraíso… y una delantera extremadamente apetecible, que a uno le venían unas ganas locas de ser hijo suyo.
La cena fue muy jovial, ella era una hábil conversadora y hablaba con maravillosa desenvoltura. Mientras que Felice solo hablaba de darle cera al auto, de la última camisa que se había comprado y que tenía pensado participar en el casting de la próxima edición del grande fratello. Cuando terminamos la cena nos sentamos en el salón a beber un poco de limoncello y a continuar la conversación. Cuando de un momento a otro suena el celular de Felice y este sale apurado de la casa diciendo que volvía pronto y que lo espere hasta que él regrese, que tenía algo urgente que hacer. Solo me dio tiempo de asentir con la cabeza y salió dejándome a solas con su mujer.
Noté en la mirada de ella un cierto desconsuelo y conversando descubrí que Felice había acumulado una montaña de deudas: la tarjeta de crédito la tenía siempre en rojo, hacia préstamos en los bancos para pagar préstamos anteriores. Y todo por imitar el estilo de vida de sus ídolos de la televisión.
Y charlando y bebiendo, no sé en qué momento me encontré enredado por los brazos de ella y sus sensuales labios susurrándome al oído.
Yo tenía miedo que Felice llegue de un momento a otro, pero ella me tranquilizo diciéndome que él había ido a la ciudad de Bérgamo, pues quien lo llamo era un ladrón de tiendas de ropa costosa, del cual Felice era su mejor cliente. Y por la distancia y el tránsito de aquellas horas, tardaría mucho o al menos lo suficiente…
Como buen caballero no me permitiré contar en detalles como terminó aquella noche. Pero si les contaré que lo que pasó esa noche, se repitió tanto de noche, como de día… y por muchísimos días también.
Por todo aquel periodo que viví en Milán: la mujer de Felice y yo nos hicimos muy felices.
Por Felice no se preocupen, él siguió con su vida “perfecta” descuidando lo más hermoso que tenía. Y viviendo en su mundo de fantasía: él era felice, cornutto pero felice.