LA DAMA DE FUEGO – CAP. 1

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Capítulo 1

Salvador y Cristina huyen a Ciudad Fuego

Habían pasado tres días desde que los dos amantes salieron de Samaria. El viaje se tornó largo, tuvieron que evadir todos los puestos de control para no dejar rastro alguno. Salvador no podía forzar más al viejo motor del Torino. En la noche finalmente, llegaron a Ciudad Fuego.

Estacionaron el vehículo en un lugar alto, desde ahí se podía apreciar esa ciudad maravillosa, llena de altos edificios, luces por doquier que iluminaban las hermosas avenidas, luces de los vehículos entrelazadas entre sí, que cruzaban caprichosas las calles. Las propagandas en lo alto de los edificios, eran impresionantes. De igual manera, se podía apreciar la Catedral que, cambiaba el color de sus luces. La iluminaban toda. ¡Era hermoso!

—Por fin. Llegamos amor, este será nuestro hogar, aquí empezaremos una nueva vida. —susurró Salvador, al oído de su amada.

—Sí amor, eso es lo que más quiero. Es bella la ciudad nunca dejó de asombrarme. Recuerdo que desde niña, me gustaba apreciarla, justo desde aquí. Mi padre se detenía en este mirador por horas, mientras mirábamos maravillados la ciudad.

—En cambio yo, es la tercera vez que vengo, la primera que la veo desde este lugar, es realmente bella, pasemos la noche aquí y mañana veremos donde podremos acomodarnos.

Pasaron su primera noche juntos. Pronto amaneció y la luz radiante del sol llegaba directamente al interior del viejo Torino, despertando a la pareja.

Nuevamente, dirigieron su mirada a la ciudad, observaron el paisaje más hermoso que jamás habían visto, las calles y avenidas se veían rojas por las dalias, tulipanes, amapolas, rosas chinas, todas las variedades de rosas rojas, adornaban la hermosa ciudad.

—Ciudad Fuego —dijo Cristina, con un suspiro que le salió desde lo más profundo de sus sentimientos—.

—Es realmente hermoso, pero vamos amor, tenemos que ir a comer algo y buscar un hotel.

Se fueron apresurados en busca de alimento y un lugar donde quedarse. Recorrieron las calles y avenidas tratando de reconocer todo. Entraron a un hotel para registrarse:

—Buen día señor, ¿Cuánto cuesta una habitación en el hotel? —preguntó Salvador.

—Buen día jóvenes, cuesta 3000 nuevos pesos, el pago es por adelantado.

Ellos se miraron, no podían pagar esa cantidad, en pocos días se quedarían sin dinero.

—Disculpe, ¿No tiene algo más económico o un arriendo por mes? —preguntó Cristina.

—No, lo siento mucho, por esta zona imposible, pero pueden ir al sur de la ciudad. Ahí podrán encontrar habitaciones por mes y más baratas.

Los jóvenes agradecieron y se fueron a la zona, con la intención de encontrar algún trabajo. Tocaron la puerta de una vieja casona.

—¿Qué es lo que buscan? —con voz muy firme, salió a atenderlos un hombre mayor, de cabello blanco, que lucía algo desarreglado.

—Señor, buscamos una habitación por mes —respondió Salvador.

—Tengo una. Solo tiene una cama y una mesa, el arriendo es de 1500 nuevos pesos y tendrán que pagar por adelantado.

—Nos parece bien lo tomamos —dijo Salvador que no veía otra opción.

Dejaron el viejo Torino estacionado en la calle y entraron a lo que sería su hogar. En el lugar, vivían más familias que también arrendaban por mes. Pero, eso no le importaba a la joven pareja.

Pronto Salvador salió a buscar trabajo, ya tenía una familia que mantener. Todos los días salía muy temprano, volvía con algunos pesos para poder pasar el día y comer algo. Para Cristina, fue muy duro vivir de esa manera, ella estaba acostumbrada a todas las comodidades, nunca había pasado hambre. Tenía mucha fortaleza; estaba preparada para asumir cualquier reto, sabía perfectamente que esa era su vida ahora y nunca se quejó.

La presencia de Cristina en la casa y en la zona, causó mucha conmoción entre sus habitantes, su belleza era impresionante. No estaban acostumbrados a ver a una mujer con el pelo rubio, cuerpo perfecto, los ojos azules, las líneas definidas en el rostro y angelical sonrisa, además de un vestuario muy elegante que resaltaba en ella.

Pronto, empezaron a surgir los celos de las mujeres, era también parte del comentario de los hombres. Cristina, que era muy cuidadosa al hablar, sabía cómo ganarse la confianza de las personas. En las tierras que administró anteriormente, toda su vida había conversado con los peones y sus familias, no fue difícil que se ganara a esos amables habitantes del sur de Ciudad Fuego.

—Amor es complicado conseguir trabajo fijo en esta parte de la ciudad, mañana iré al centro, me dicen que hay muchas construcciones y además en los centros comerciales puedo cuidar autos.

—Bueno Salvador, no desmayes superaremos este momento. Yo estoy ayudando a la señora de la repostería, así aprenderé algo.

—Pero amor, no es justo que vos trabajes, yo me haré cargo de los dos.

—Eso lo sé, pero tienes que entender que no puedo estar metida todo el día en esta habitación, necesito ser útil. Además, aprenderé algo de repostería.

—Bueno, creo que tienes razón. En las tierras de tu padre, tú eras la que se encargaba de todo, no tengo derecho a pedirte que estés encerrada.

A Cristina le entró mucha nostalgia. Se preguntaba, cómo estaría su madre, el dolor que sintió su padre cuando se enteró que ella había huido con el hijo del peón. De sus hermanas. Anita, que seguramente estaría preparando su boda; ¿Y Clarita seguiría en el internado? Cómo los extrañaba. Pero, ella ya había tomado una decisión, jamás volvería a mirar atrás. Quizás, ¿Se olvidó aquello que su padre le había dicho…?

Pasaron varias semanas desde que la pareja se instaló en esa vieja casona. Ella con su incomparable amabilidad había hecho muchas amistades, era muy querida por los habitantes de la zona, todos la miraban con admiración y respeto, la veían como una dama importante de la zona. Salvador que pasaba de trabajo en trabajo, se hizo amigo de los muchachos del barrio y de vez en cuando se juntaba con ellos a conversar, mientras tomaba algunas cervezas. Esa tarde después del trabajo se acercó al bar del barrio, donde se encontraba con sus amigos.

—Salvador amigo ¿Dónde has estado? Ven tómate una cerveza, siéntate a conversar con nosotros.

—Bueno, pero solo una, no tengo mucho dinero, la verdad no me alcanza para más, el dinero que gano es muy poco.

—Relájate, que nosotros te invitamos, el dinero no es problema.

—Eso veo, a ustedes nunca les veo trabajar ¿De dónde tienen dinero?

—Pues aquí y allá, siempre hay algo que hacer.

—Algo noté amigo, en esta parte de la ciudad no hay delincuencia y todos parecen vivir muy bien y cómodos.

—Así es Salvador, aquí vivimos protegidos por El Jefe, la mayoría en la zona trabajamos para él, a nuestras familias no les falta nada. Si a alguien se le ocurre cometer algún delito, es cruelmente castigado.

El Jefe dices… ¿Quién es él?

—Caramba Salvador, se nota que vienes de un pueblo ja ja já… El Jefe es don Damián Petro, alguien que cuida nuestra ciudad, al país entero y quizás a todo el continente. Te diré algo, tu pareces una buena persona. Nosotros, somos distribuidores locales de Magia blanca, todos tenemos nuestras zonas y nadie se mete en la zona del otro.

—¿Magia blanca?

—Sí amigo, magia blanca es cocaína, y de la mejor calidad.

A Salvador se le erizó la piel. Para él, esas personas no eran buenas. No preguntó más y trató de irse.

—Te diré algo más… —siguió hablando aquel muchacho ebrio— Todos aquí queremos trabajar en primera línea cerca de El Jefe, pero es imposible. Los que lo logran son como dioses, como el más grande de todos, Miguel Fontana el gran Petro Grande jajajaja, él es como su hijo mayor, por eso lo bautizaron, Petro Grande. Yo intenté por mucho tiempo, ser como él y solo soy un distribuidor más, pero lo lograré, lo lograré…

Al fin pudo zafarse Salvador, se fue a su habitación muy pensativo.

—Amor por fin llegas, ¿Cómo te fue?

—Bien amor, pude conseguir algo de dinero. —respondió Salvador, para tranquilizar a Cristina.

—Te noto preocupado ¿Qué pasó?

—Amor, las personas de esta zona no son buenas, se dedican a cosas ilegales.

—¿Por qué dices eso, vida?

—Acabo de hablar con los muchachos del bar de la esquina, Martín me dijo que él y su grupo repartían droga, que todas las personas aquí trabajan para El Jefe, al parecer es un hombre muy poderoso y peligroso.

—¿El Jefe?, sí, escuché hablar a la señora de la pastelería, pero nunca le di importancia. Vida, nosotros estamos lejos de convivir con cosas malas, tranquilo no te preocupes.

— Si amor, Pero en cuanto pueda encontrar un buen trabajo, nos vamos muy lejos de esta zona.

Los días siguientes, Salvador se había concentrado en buscar un trabajo digno. Era muy joven, no tenía experiencia, lo cual hacía las cosas más difíciles y duras para él. Sólo pensaba en sacar a su bella dama de aquel lugar. Llevarla muy lejos para darle la vida, que estaba acostumbrada. Pasaron varios meses y nada, todo estaba mal, se debía del arriendo, el dinero solo les alcanzaba para llevar algo a la boca. Salvador tomó la decisión de vender el viejo Torino, el vehículo que era de su padre y que se llevó. Fue difícil para él, pero no tenía otra opción.

No fue mucho el dinero que le dieron por la venta. Apenas alcanzó para pagar el arriendo y comprar algo de víveres para un tiempo más. Salvador desesperado, salía todos los días, solo encontraba gestos negativos de los empleadores. Cristina, que era una mujer muy fuerte de carácter, yacía tranquila, muy difícil que ella cayera en la desesperanza, le daba fuerzas a su amado para que este no desmayase.

Una tarde, Salvador retornaba de buscar trabajo, llevaba varios días sin conseguir dinero, estaba desesperado. Pensaba en qué hacer; una idea le rondaba por la cabeza. Buscar a Martín, para que lo meta en el negocio de la magia blanca. Se fue apresurado y decidido. En el camino vio un señor algo mayor, de tez blanca, muy bien vestido, que parecía llevar mucho dinero encima.

Sin pensar se abalanzó sobre él, intentó quitarle algo de lo que llevaba. El hombre era muy fuerte y se lo sacó de encima muy fácilmente. Inmediatamente, varios hombres más llegaron, le propinaron una feroz golpiza.

El hombre al que quiso asaltar era El Jefe.

Quién ordenó a sus hombres que dejen de golpearlo; lo miró directamente a la cara ensangrentada. Quería ver quién era ese mortal que se atrevió a tocarlo, no lo pudo reconocer, entonces se lo llevó a su casa. Ordenó a sus hombres que limpien sus heridas y lo curen.

Pasaron varios días y Salvador seguía inconsciente, Petro Grande se dirigió al jefe para informarle que el muchacho osado no se recuperaba, que el médico no le daba mayor esperanza de vida.

—Entonces no sabremos quién lo mandó, bien ya sabes que hacer Miguel, busca datos de él por la zona, manda gente a hacer inteligencia.

—Sí jefe. —respondió Petro Grande y se fue a dar órdenes a su gente.

Al volver, donde se encontraba Salvador, el médico le informó que el muchacho despertó y estaba consciente. Este fue a verificar y efectivamente ese osado joven había despertado. Petro Grande volvió nuevamente a informarle al Jefe.

—Muy bien Miguel, déjalo; que se recupere un poco más, no aguantará un interrogatorio en este momento, tenemos que saber quién lo mandó.

Cristina, muy afligida, había recorrido toda la zona en busca de Salvador, nadie lo había visto y ella temía lo peor. Pasaron varios días sin saber ni tener noticias de su amor, se dirigió a los hospitales, la policía, hasta a la morgue, y nada, su amor había desaparecido. Pensó que quizás Salvador desistió y retornó a Samaria. Pero no, él no podía irse sin despedirse, no lo haría. Ella con la voluntad y fortaleza que la caracterizaba siguió adelante.

Siempre esperando a que él retorne a sus brazos.

El Jefe junto a Petro Grande, se dirigieron a la habitación donde tenían al muchacho, y empezó el calvario de ese pobre pueblerino.

—Muy bien muchacho, despertaste; tú sabes que me debes la vida, yo soy una persona muy bondadosa, por eso tienes que pagar ese favor, dime ¿Quién te mandó?

—Nadie señor. —respondió Salvador desconcertado.

—Sabes muchacho, la paciencia tiene un límite, por cierto ¿Cómo te llamas?

—Salvador

—Bien Salvador, ya somos amigos ¿Cuántos años tienes?

—Veinte, señor

—Salvador, veinte años, ¿Tú, tienes idea de quién soy yo?

—No señor. —contestó Salvador asustado.

Petro Grande, puso en la cara de Salvador una toalla, era tan grande la sensación de falta de aire y sofocación que Salvador sentía; comenzó a desesperarse.

—Salvador, los amigos no mienten, dime ¿Quién soy yo?

—No sé, señor lo juro, no sé quién es. —respondió Salvador que apenas recuperaba el aliento.

Petro Grande volvió a poner la toalla, esta vez le echó agua, ante la desesperación del muchacho, que lo miraba aterrado.

—Muy bien Salvador veinte años, para que veas que soy un hombre justo, te daré una última oportunidad, cuéntame, ¿Quién te mandó?

—Señor, yo solo soy un hombre de pueblo. Necesitaba dinero, nadie me da trabajo, por eso lo quise asaltar, estoy desesperado. —contestó casi llorando Salvador— No sé, quién es usted, por favor tiene que creerme.

—Pero claro que te creo Salvador, dime más ¿Con quién vives? ¿Dónde vives?

—Con mi mujer, ella y yo huimos de nuestro pueblo, porque su padre quería que se casara con otro hombre.

—Muy bien Salvador, veinte años ¿Dónde vives?

—Vivimos en la vieja casona, arrendamos una pieza.

—Escúchame Salvador, si tú estás mintiendo, tendrás la muerte más cruel que te puedas imaginar.

Salvador fue llevado a una habitación oscura, lo despojaron de sus prendas y no le dieron alimento todo el día.

Petro Grande, acompañado por cuatro hombres fue a la casona a verificar si el muchacho decía la verdad. Entraron sin golpear, nadie reaccionó porque sabían quiénes eran.

—¿Dónde está el viejo, dueño de esta pocilga? —preguntó Petro Grande.

—Dígame señor, ¿En qué puedo ayudarle?

—Tú, ¿Tienes por inquilinos a 2 muchachos que vinieron de provincia?

—Sí señor, Salvador y su mujer Cristina, pero les dije claramente que no se metan en problemas, que somos gente de paz.

—¿Dónde está, Cristina?

—Ella sale todos los días a buscar a su hombre, lleva varios días perdido, y me deben la renta de la habitación.

Los hombres salieron de la casa con dirección a la gran manzana, a la casa del Jefe.

—Verificamos la información, es correcta. El muchacho dice la verdad.

—Entonces nuestro Salvador, no es más que un pueblerino en apuros. Puede que nos sea útil, veremos hasta dónde es capaz de colaborar.

Lo tuvieron varios días encerrado y con muy poca comida, hasta dominar su espíritu.

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